Por Sucre Vásquez
La fauna terrenal es víctima del apetito devorador del ser humano, como si fuéramos vampiros de la peor especie, degustamos su sangre y carne, con especial deleite y todo se justifica con la grandiosa imaginación humana.
Distintos al reino vegetal, los animales tienen cara, ojos que miran y expresan emociones, chillando ante la proximidad de la muerte, cuya inminencia identifican y se oponen irremediablemente.
Todos quieren vivir, escapándose hasta de la hoya hirviente, tal como vi, siendo niño, en el viñedo modelo de mi padre Horacio, cuando ya mamá Julita, había echado un gallo manilo en una enorme cacerola, escapó, sin remedio, de un salto, caminó unos pies, en torno al fogón ardiendo, pero a los segundos cayó muerto, irremediablemente muerto. A la hora, trozado y guisado, se había olvidado su penuria y lucha por la vida…
¿Será, entonces, que la vida es una cadena de muerte para la vida ? y el hombre, el mayor depredador del planeta, con una mente que desafía al Universo, termina vilmente deborado por el simple gusano… pero su alma, ese soplo divino que lo diferencia de las demás especies, lo conecta con la eternidad.